I. Introducción
En el marco del último Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), realizado en San Francisco en mayo de 2025, la Red de Politólogas #NoSinMujeres tuvo una nueva oportunidad para reflexionar acerca del papel transformador que las politólogas han ejercido en los últimos años sobre su disciplina.[1] Lo que comenzó como una iniciativa de las mujeres latinoamericanas para visibilizar el trabajo académico y profesional en un ámbito históricamente dominado por perspectivas masculinas, miradas androcéntricas y planteamientos centrados en las experiencias del Norte global se ha convertido en un movimiento más amplio e incluyente que busca reconfigurar los cimientos epistemológicos de la Ciencia Política.
A pesar de la cada vez mayor institucionalización de la disciplina y del incremento de departamentos, publicaciones y personas graduadas en la materia en las últimas décadas (Alarcón Olguín 2021; Freidenberg 2017; Altman 2012; Ravecca 2010), el análisis del poder y del funcionamiento del sistema político ha sido escasamente pensado desde la presencia o la ausencia de las mujeres. Y esas brechas de género se han manifestado de manera profunda en la academia latinoamericana y latinoamericanista, aunque no solo en ella.[2]
II. Un camino de resistencias y avances
La presencia de las mujeres en la disciplina no ha estado exenta de obstáculos. Durante décadas, las voces de mujeres fueron sistemáticamente marginadas de los debates sobre los sistemas políticos, las relaciones internacionales o la teoría política. Las contribuciones de las mujeres se relegaban a “temas de mujeres”, como si la política formal, el poder o las instituciones pertenecieran exclusivamente al ámbito masculino. Un estudio sobre la academia anglosajona, realizado por Teele y Thelen (2017), mostró que las politólogas ocupaban solo el 23% de las autorías en las diez publicaciones más prestigiosas del campo de la política comparada entre 2000 y 2015.
Este panorama venía siendo denunciado por los feminismos y el movimiento amplio de mujeres desde que cuestionaron la exclusión de las mujeres en diferentes disciplinas (Vargas 2024) y denunciaron los sesgos inherentes en las teorías tradicionales y en las publicaciones del mainstream de la ciencia política (Lovenduski 2015). Durante décadas, las feministas habían llamado la atención sobre la necesidad de incorporar las cuestiones de género a temas que habían sido pensados sin tomar en cuenta la presencia de las mujeres. ¿Resulta posible definir como democracia a sistemas políticos en los que solo compiten hombres sin analizar las desigualdades de género que los atraviesan? ¿Es factible comprender las dinámicas de poder sin considerar cómo afectan diferenciadamente a diversos grupos sociales? La respuesta es claramente no. Diversas colegas como Line Bareiro, Pamela Paxton, Johanna Kantola o Aili Tripp lo han evidenciado en diferentes contextos regionales.
Los estudios sobre el desarrollo de la Ciencia Política en América Latina han privilegiado tradicionalmente una aproximación cuantitativa centrada en indicadores de institucionalización disciplinaria, como el número de departamentos universitarios, programas de posgrado, publicaciones especializadas y asociaciones profesionales (Alarcón Olguín 2021; Rangel Candido et al. 2019; Freidenberg 2017; Altman 2012; Bulcourf y Vazquez 2004). Si bien esta perspectiva ha sido fundamental para documentar el crecimiento y consolidación de la disciplina en la región, presenta limitaciones significativas al no considerar las transformaciones cualitativas que han reconfigurado el campo académico durante la última década. Esta aproximación predominantemente numérica ha invisibilizado procesos más sutiles pero igualmente relevantes, como los cambios en las dinámicas de poder, las transformaciones epistemológicas y la emergencia de nuevas formas de colaboración académica que desafían las estructuras tradicionales de la disciplina.
Las investigaciones han tendido a tratar estas dimensiones de manera fragmentada: por un lado, los estudios sobre institucionalización académica (Basabe Serrano y Huertas 2018; Freidenberg 2017; Altman 2012; Ravecca 2010; Bulcourf y Vazquez 2004) y, por otro, las investigaciones sobre género y Ciencia Política (Suárez Cao y Freidenberg 2025; Suárez Cao 2023; Carral Torres et al. 2020; Martin 2019; Rangel Candido et al. 2019; Rocha Carpiuc 2016), sin establecer conexiones sistemáticas entre ambos procesos. Esta separación ha impedido comprender cómo las transformaciones de género no constituyen simplemente un “tema adicional” de la disciplina, sino un factor estructurante que ha influido en la reconfiguración de agendas de investigación, métodos de trabajo y formas de organización académica.
La incorporación de la perspectiva de género y de la interseccionalidad ha generado oportunidades importantes para superar esos limitantes existentes en el análisis político o en la teoría política, permitiendo entender que las dinámicas de poder se entrelazan con diversas formas de discriminación basadas en género, raza, clase y otros factores (Suárez-Cao y Freidenberg 2025; Martin 2019). Estos esfuerzos —aunque aún minoritarios e incluso contrahegemónicos— están revolucionando silenciosamente la disciplina desde dentro. Si bien es un proceso no exento de resistencias, en los últimos años han emergido proyectos e iniciativas en distintos contextos que buscan identificar, describir y explicar esos fenómenos que atraviesan a la disciplina.
La Red de Politólogas - #NoSinMujeres forma parte de ese movimiento que busca poner en valor la igualdad en el acceso y el ejercicio de la profesión.[3] Sus objetivos van orientados a “desgenerizar la ciencia política”[4] y a transformar la manera en que se estudian y enseñan fenómenos clásicos, como los sistemas electorales, los partidos políticos o los conflictos internacionales, entre otros, en un contexto cada vez más desigual. Además, nuevas generaciones de politólogas exigen introducir estas perspectivas y enfoques en las reformas electorales, en las universidades, en los proyectos de investigación, en los espacios de trabajo y en el modo en que se relacionan las y los colegas.
Aun cuando todavía debemos enfrentar resistencias y comentarios sesgados y excluyentes sobre la inclusión de esas herramientas y su relevancia en la construcción de conocimiento, existen áreas de oportunidad para romper los techos y eliminar los obstáculos que enfrenta la disciplina.
III. La Red como agente de cambio colectivo
El impacto de la Red de Politólogas - #NoSinMujeres trasciende la mera representación numérica y también el mundo académico. Esta iniciativa —que nació en 2016 como un proyecto de investigación radicado en la Universidad Nacional Autónoma de México— integra actualmente a 969 colegas que viven en 35 países de América, Europa, Asia y Oceanía.[5] Es una única red, que trabaja de manera informal, deslocalizada y sin recursos ni apoyos económicos externos. Su carácter latinoamericano ha sido un reto y una virtud. No es una red exclusiva para latinoamericanas ni tampoco un espacio solo para académicas, pero se nutre de las experiencias que surgen desde el Sur y se asienta fundamentalmente en el trabajo que nace de las universidades latinoamericanas.
La Red defiende una visión amplia de la disciplina, incluyendo áreas como las Relaciones Internacionales, la Comunicación Política y/o la Administración Pública y abarca a colegas que trabajan en diferentes ámbitos profesionales (empresas, gobiernos, organizaciones de la sociedad civil, consultoría, medios de comunicación, entre otros). Si bien América Latina atraviesa la esencia de la Red —desafiando al mainstream tradicional sobre lo que se suele hacer en la política comparada y mostrando su capacidad de construcción de la disciplina desde la periferia—, sus objetivos, su alcance y sus acciones no están limitados a los países de la región.
Su heterogeneidad la hace poderosa al mismo tiempo que conciente de los desafíos que enfrenta. Su verdadero valor radica en haber construido un espacio de colaboración y apoyo mutuo que desafía la cultura académica individualista predominante (Freidenberg y Suárez-Cao 2021). La inicial consigna #NoSinMujeres ha pasado de ser una demanda de inclusión a convertirse en un compromiso ético que resuena en congresos académicos, publicaciones especializadas y programas universitarios. Esa premisa hoy se complementa con otra idea igual de poderosa: #NosotrasSoloSumamos, como una manera de atajar los estigmas que todavía siguen presentes sobre la posibilidad de colaboración entre mujeres.
Mediante estrategias como la mentoría intergeneracional entre investigadoras, el diálogo constante entre colegas que ejercen la profesión en espacios diferenciados de la disciplina, la difusión sistemática de trabajos académicos, la colaboración con actores sociales y políticos estratégicos y la creación de espacios inclusivos y cocreativos, la Red ha logrado resignificar la presencia femenina en la academia y en el mundo político. Su impacto se pone de manifiesto en diferentes arenas. Cada vez resulta más difícil justificar paneles exclusivamente masculinos, programas de asignaturas que invisibilizan las investigaciones de las mujeres o bibliografías que ignoran las contribuciones femeninas, incluidas las que se generan desde el Sur global, que suelen estar relegadas frente a las que se realizan y publican en inglés y que se desarrollan desde las instituciones académicas del Norte.[6]
Quizás el mayor acierto de la Red ha sido entender que la transformación no se produce únicamente ocupando espacios, sino reformulando las preguntas que orientan la investigación política, enriqueciendo las perspectivas desde las que se construye el conocimiento y considerando las consecuencias que la ausencia de las mujeres en la vida cotidiana tiene para toda la población —incluyendo a hombres y mujeres en su diversidad—. Cuando las politólogas cuestionan supuestos considerados universales —que suelen ser androcéntricos—, introducen nuevas dimensiones analíticas que enriquecen a toda la disciplina y que discuten también el modo en que se construye la sociedad.
IV. Desafíos pendientes y horizontes posibles
A pesar de los avances, persisten desafíos significativos para la Ciencia Política y también para la Red de Politólogas - #NoSinMujeres. Las jerarquías académicas siguen reproduciendo privilegios y desigualdades estructurales que afectan particularmente a mujeres racializadas, de orígenes socioeconómicos desfavorecidos, a agendas que no son consideradas mainstream de la política o provenientes de instituciones que no se encuentran en el centro de los ecosistemas académicos (o que no suelen estar en el Norte global). La precarización laboral, la digitalización acelerada y la crisis de financiamiento que se manifiesta en recortes a las universidades, centros y sistemas de evaluación de la investigación dan cuenta de los desafíos persistentes.
La formación de nuevas generaciones también se ve afectada por esas desigualdades sistémicas. La precariedad laboral en la academia impacta además desproporcionadamente a las investigadoras, especialmente a aquellas con responsabilidades de cuidado. La experiencia frente a la pandemia provocada por el virus de SARS-Co-19 dio cuenta del modo en que muchas colegas vieron limitadas sus oportunidades de desarrollo profesional frente a los resultados de productividad de los colegas hombres que pudieron publicar más, participar en más eventos y/o atender de manera más eficiente sus objetivos profesionales (França et al. 2023; Squazzoni et al. 2021).
El momento actual exige estrategias renovadas. Los espacios de toma de decisiones continúan estando generizados.[7] No basta con asegurar la presencia de mujeres en espacios académicos, sino de impulsar acciones que contribuyan a modificar simultáneamente las estructuras que reproducen privilegios. La transversalización del enfoque de género y de la interseccionalidad requiere transformaciones profundas en nuestros propios aprendizajes, en cómo enseñamos, en los criterios de evaluación académica, las dinámicas institucionales o los enfoques metodológicos predominantes (Lombardo y Mergaert 2013). También implica un mayor diálogo entre las colegas que, como resulta natural en cualquier sociedad plural, tienen visiones diferentes de las cosas. Eso, en sí mismo, no es un problema siempre que ese diálogo sea respetuoso de la libertad de pensamiento, de las instituciones democráticas y de los derechos humanos.
La Red de Politólogas - #NoSinMujeres supone un modelo exitoso de organización profesional transnacional, de naturaleza informal, que ha logrado visibilizar el trabajo de cientos de expertas; generar espacios de colaboración e intercambio entre colegas de contextos nacionales diferenciados; incidir directamente en reformas electorales, decisiones institucionales y políticas públicas (como las democracias paritarias, la integridad de las elecciones o la violencia política en razón de género, entre otros); transformar gradualmente las instituciones en la búsqueda de desmasculinizarlas, y crear una comunidad de valores, de apoyo y mentoría entre politólogas de diferentes grupos etarios, orígenes étnico-raciales, situaciones socioeconómicas y tradiciones académicas.[8]
En un momento de fuerte erosión de los compromisos democráticos, del crecimiento de liderazgos y movimientos de ultraderecha, de la reacción antifeminista en torno a los importantes avances en relación con la igualdad de género (backlash conservador), la polarización política y la constante deslegitimación del uso de la perspectiva de género y del lenguaje incluyente en la academia, la Red enfrenta retos importantes respecto de su capacidad de generación de diálogos plurales, intergeneracionales y críticos y de la posibilidad de construir vínculos más sólidos dentro de la comunidad de colegas (Freidenberg y Suárez-Cao 2021; Freidenberg 2018).
Los desafíos son muchos y se dan en diferentes frentes y arenas. Tienen que ver con su financiamiento (por la dependencia del trabajo voluntario de las coordinadoras), su institucionalización (por la necesidad de estructuras más formales para sostener el crecimiento), su integración (con la posibilidad de hacer dialogar y trabajar juntas a mujeres que desarrollan la profesión en diferentes ámbitos de la disciplina) y su renovación del liderazgo (por la necesidad de mantener viva la construcción colectiva).
Los riesgos respecto de la representatividad interna de la Red también son muchos. Existen brechas geográficas (algunos países y regiones están subrepresentados); desigualdades socioeconómicas (con el riesgo de predominio de académicas de élite y sus privilegios en el acceso a una carrera estable, posibilidades de financiamiento y/o redes de contactos); desigualdades en términos de interseccionalidad dentro de una disciplina segmentada (y, en particular, por la menor presencia de mujeres negras, indígenas, LGTBIQ+) y generacionales (con el desafío de equilibrar voces en diferentes etapas vitales y experiencias profesionales).[9]
Asimismo, existen desafíos importantes acerca de cómo medir y demostrar el impacto y la efectividad de sus acciones. A pesar de que la Red está por cumplir diez años, hay dificultades importantes para cuantificar su impacto sobre la disciplina, sus integrantes y las discusiones que atraviesan a la sociedad. En un contexto de retrocesos democráticos, sus objetivos, su Manifiesto y sus acciones desafían resistencias académicas y políticas arraigadas. En este contexto, quienes integramos la Red, también somos concientes de los retos disciplinares respecto de lo que Sartori (2005) alertó en cuanto “al rumbo de la ciencia política” y la necesidad de que la disciplina sea capaz de dar respuestas eficientes a los problemas de la ciudadanía.
Entendemos el papel crucial que tiene la Ciencia Política como agente de cambio en las sociedades en las que habitamos y/o estudiamos. No creemos en una disciplina de espaldas a la sociedad ni la que se crea centrada exclusivamente en un “box de investigación”. Creemos que las investigaciones desarrolladas deben poder informar políticas públicas que abordan desigualdades estructurales y contribuir en las decisiones que toman quienes están en las instituciones, mientras que la presencia de las colegas en espacios mediáticos contribuye a diversificar el debate político y a transferir conocimiento plural a la sociedad. Si queremos transformar el modo en que nos relacionamos con esa sociedad, entonces urge cambiar el modo en que trabaja la disciplina.
La tarea de pasar de la transformación individual a la estructural no resulta sencilla. El paso de visibilizar mujeres a cambiar instituciones u organizaciones resulta un reto sustantivo. El encuentro en LASA San Francisco 2025 —donde muchas colegas presentaron sus ponencias a título individual y la Red como grupo tuvo el honor de participar en una Mesa Presidencial y de organizar una Mesa Redonda— representó una oportunidad invaluable para reflexionar colectivamente sobre estos desafíos y trazar estrategias futuras acerca de cómo mejorar nuestros conocimientos y cómo fortalecer el impacto de la Red respecto de las múltiples agendas y espacios de actuación.
Si bien las voces que convergieron en LASA 2025 no representan toda la diversidad e inmensidad de la Red, quienes pudimos interactuar pudimos poner en valor ideas y conocimientos sobre los cambios que necesita la disciplina y los retos que esta enfrenta. La revolución silenciosa que las politólogas están impulsando no busca meramente añadir “presencia y/o agendas de mujeres” a la academia, sino reconfigurar cómo entendemos, estudiamos y ejercemos la política. Somos conscientes de que tampoco hay una “única manera” de hacerlo ni tampoco nos interesa imponer “nuestra manera” de ver las cosas a toda la comunidad. Creemos que esto supone un diálogo intenso, incómodo y transversal entre las diversas “mesas separadas” que constituyen la disciplina.[10] También estamos convencidas de que en este camino hay muchas personas aliadas entre los colegas hombres y entre profesionales de otras disciplinas que comparten la necesidad de desgenerización de las ciencias sociales.
En esta construcción colectiva nos sentimos muy agradecidas con el trabajo de muchas mujeres que nos antecedieron en la construcción científica y honramos el papel de muchas maestras feministas que abrieron el campo del conocimiento, generando puentes entre lo académico y la sociedad. En ese proceso, la disciplina está más viva que nunca ya que se está renovando de manera constante para responder mejor a los desafíos de sociedades profundamente desiguales que aspiran a ser verdaderamente democráticas.