Republicanismo, liberalismo y democracia en el pensamiento político hispanoamericano (siglo XIX)

Las ideas políticas hispanoamericanas a menudo han sido entendidas como versiones imitativas o defectuosas de versiones modélicas, sobre la base de dicotomías como centro/periferia o tradición/modernidad (Morse 1964; Guerra 1992; Palti 2007). Este texto toma distancia de tales enfoques y propone, en primer lugar, que el liberalismo y el republicanismo hispanoamericanos fueron variantes históricas particulares de ambas tradiciones, cambiantes además en el tiempo y en el espacio. En segundo lugar, que las élites del siglo XIX advirtieron que republicanismo y liberalismo postulaban nociones diferentes sobre el gobierno, la ciudadanía, las esferas pública y privada, la propiedad y el mercado. En tercer lugar, que, a pesar de esas diferencias, hubo una síntesis, plasmada en la consolidación de repúblicas liberales en los años 1870/1880. Estas entraron en crisis cuando la representación política debió sustentarse en el sufragio universal efectivo, es decir, cuando gobierno representativo y democracia, en principio formas políticas concebidas como opuestas, convergieron históricamente a comienzos del siglo XX.

Republicanismo

La historia intelectual y política situó al republicanismo en el centro de una renovada aproximación al siglo XIX hispanoamericano, distinguiendo al menos dos dimensiones (Botana 1984; Aguilar y Rojas 2002; Sabato 2021).

Por un lado, la república como organización política. En principio, república aludió, más que a un tipo de régimen, a un cuerpo político, entre cuyos ejemplos se incluía la monarquía hispánica entendida en clave pactista o escolástica. Como forma de gobierno, se pensó a través de diversos casos históricos, clásicos, renacentistas, y para el momento de las revoluciones hispanoamericanas, el más novedoso que suponía la norteamericana y las versiones desplegadas en la Revolución francesa. El conflicto con España, a su vez, acentuó la idea de república como gobierno representativo, en oposición a la monarquía absoluta, aunque también a la democracia (Aguilar Rivera 2012; Annino 2015).

Las investigaciones han mostrado el itinerario de las nociones de república en Hispanoamérica (Fernández Sebastián 2009, 1251-1381). Concepciones que enarbolaban libertad y participación popular, propias de la radicalización política en tiempos de revolución y guerra —referenciadas en autores como Jean-Jacques Rousseau y Thomas Paine, y desplegadas por personajes como José de Artigas en la Banda Oriental del Río de la Plata—, perdieron vigor en favor de otras que ponderaron orden y concentración del poder.

Este recorrido, paralelo a un creciente protagonismo militar y a la aparición de directorios y protectorados, tiene su ejemplo paradigmático en el pensamiento y la acción de Simón Bolívar, desde la Carta de Jamaica (1815) hasta el Discurso de Angostura (1819) y la Constitución boliviana (1826). También puede constatarse en la Constitución chilena de 1833 o en las “siete leyes” mexicanas de 1836 (Collier 2005). La dictadura, que Bolívar también ejerció, pudo asimismo validarse en la tradición republicana, a pesar de que no fuera una magistratura constitucional, y su duración y propósitos, variables según las circunstancias (Aguilar Rivera 2000; Crespo 2017).

Hacia mediados del siglo XIX, la república dejó atrás sus rasgos clásicos (radicales o conservadores) y asumió instituciones y principios liberales. Los más importantes fueron las garantías constitucionales a las libertades individuales y la división del poder, funcional (frenos y contrapesos entre poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial) y territorial (el federalismo). Así llegó la síntesis republicana liberal.[1]

Una segunda dimensión es el republicanismo como un ethos, un conjunto de principios sustantivos que consagra prácticas y vínculos para la vida colectiva. En este plano, el republicanismo concibe la sociedad como una comunidad política; lo común o lo público, la patria y el patriotismo, priman sobre lo particular y lo privado (Entin 2024).

El ethos republicano tuvo también expresiones plurales. Hubo una variante que enfatizaba la participación cívica, inclusive mediante las armas. Este republicanismo mantuvo vigencia a lo largo del siglo XIX, pero prevaleció durante las guerras de independencia, que alentaron el entendimiento de la libertad como autodeterminación.

Ahora bien, la opción por la república, pero la ausencia de virtud y civismo, pudo conducir a la conclusión de la necesidad de orden y educación cívica y moral, no de libertad. Este diagnóstico, cristalizado en la fórmula bolivariana “repúblicas aéreas”, condensó el tránsito del idealismo revolucionario al realismo posrevolucionario desencantado por anarquías y guerras civiles, y dio forma a un republicanismo autoritario de matrices conservadoras más que jacobinas, en tanto su propósito fue clausurar, no radicalizar, la revolución (experiencias como las de Haití incidieron también en esta torsión). Hubo así fundamentos republicanos a gobiernos que podían ser denunciados como tiranías.

Semejante fenómeno, paradójico solamente desde una mirada normativa, se evidencia, a pesar de las diferencias, en el propio Bolívar, en Antonio López de Santa Anna en México, en José Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay, o en Juan Manuel de Rosas en el Río de la Plata (Myers 1995; Fradkin 2014).[2] El “primer republicanismo hispanoamericano” (Rojas 2009) fue un vocabulario de la libertad, pero también del orden y del gobierno fuerte, inclusive del autoritarismo.

Liberalismo y conservadurismo

La ubicación del republicanismo en el centro de la historia política hispanoamericana implicó un giro interpretativo. Supuso ubicar la dicotomía clásica entre liberales y conservadores en un marco más amplio: la coincidencia en la república como forma de gobierno posible para Hispanoamérica. El liberalismo monárquico fue efímero (visible sobre todo en tiempos de la independencia) y las propuestas reaccionarias, minoritarias. Las confrontaciones entre liberales y conservadores ocurrieron sobre ese zócalo común, el consenso republicano.

Asimismo, liberalismo y conservadurismo deben entenderse en plural. La reflexión liberal mutó entre las décadas de 1820 y 1880, y fue heterogénea a nivel regional, entre México, Chile, Perú, Colombia o el Río de la Plata; así se advierte en autores como José María Luis Mora, José Victorino Lastarria, Francisco Bilbao, José María Samper o Juan Bautista Alberdi. A su vez, figuras asociadas al conservadurismo, como Andrés Bello o Lucas Alamán, tuvieron momentos o facetas liberales (Jaksic y Posada Carbó 2011).

De todos modos, una caracterización general muestra que, en paralelo a los cambios en referencias doctrinarias (ilustradas, románticas, positivistas), conjugados con renovaciones generacionales, se produjo una convergencia entre liberalismo y conservadurismo, más rápida en la Argentina, más lenta en México, Venezuela, Colombia o Chile. En ella incidieron impactos de sucesos internacionales, como las revoluciones europeas de 1848, siendo predominante hacia la década de 1870 (Hale 1991).

Hasta entonces, habían existido dos cuestiones fundamentales de oposición. La relación entre Estado e Iglesia, y los alcances de la división del poder. En el primer caso, el liberalismo enarboló la secularización y la separación entre Estado e Iglesia (en México esta cuestión provocó una guerra civil). En el segundo, el liberalismo se asoció con el parlamentarismo y el federalismo, y el conservadurismo lo hizo con el presidencialismo y el centralismo. Estos contrastes convivieron con referencias comunes, como Constant, Montesquieu, Bentham y Tocqueville (Safford 1991).

La democracia, que en el siglo XIX significó fundamentalmente la cuestión del sufragio (sus alcances y modalidades), fue un tema subordinado en las disputas entre conservadores y liberales. La opción por la república es clave para entender este punto. La república significaba gobierno representativo, y por ello cuestionaba la concepción patrimonialista del poder (como propiedad de quien lo ejerce), pero también la participación popular directa. Paralelamente, como se vio antes, el republicanismo hispanoamericano giró de posiciones radicales a otras conservadoras o autoritarias. Ahora bien, la república suponía el reconocimiento de la soberanía popular. La representación, instrumentada a través del sufragio, ofrecía un medio para su contención, pero la participación no podía clausurarse. Esta última posibilidad estuvo además limitada por el protagonismo popular abierto por la revolución y las guerras (externas y civiles).

La combinación de todos estos aspectos se manifestó en limitaciones al derecho de voto, laxas en comparación con las imperantes en Europa a mediados del siglo XIX, complementadas con el sufragio indirecto o su ejercicio voluntario y público, lo que favoreció la constitución de clientelas y “máquinas electorales”. La historiografía ha resaltado que este escenario facilitó una torsión elitista (u oligárquica) de la vida política, que sin embargo no debe sobreestimar el control sobre las elecciones ni soslayar que el poder era un atributo en disputa a conquistar en nombre de la soberanía popular. Las contiendas electorales, además, convivieron con formas de participación alternativas, más autónomas o más problemáticas para el poder, como la ciudadanía en armas, la prensa, el asociacionismo y la movilización (Sabato 2021).

A raíz de ello, en la segunda mitad del siglo XIX ganó fuerza la convergencia liberal- conservadora. Se afianzó una “era de consenso” orientada a combinar orden y progreso (Hale 1991, 3). El liberalismo conservador, categoría que ha sido motivo de recurrentes polémicas historiográficas, sustentó un programa político que moderó al federalismo e incorporó la división del poder, pero promovió el presidencialismo y priorizó las libertades civiles sobre las políticas (Gargarella 2014). Las repúblicas hispanoamericanas afianzadas hacia 1870 con la consolidación de los Estados nacionales tuvieron esta agenda, acentuada en el fin de siglo con la “política científica” (una versión tecnocrática inspirada principalmente en el positivismo). El liberalismo pasó de ser una “ideología reformista” a un “mito unificador”, cimiento del poder estatal (Hale 1991, 12).

Repúblicas posibles y verdaderas

La adopción de la república como forma de gobierno estuvo definida por la erosión de rasgos clásicos y su sustitución por otros, liberales. La república culminó siendo liberal, tendencia que fue, en última instancia, una convergencia de Hispanoamérica con el mundo atlántico a lo largo del siglo XIX. Este retrato, además de no olvidar singularidades nacionales, debe tener presente que el liberalismo fue híbrido, polifacético, por las capas históricas y doctrinarias que lo habían configurado durante el ochocientos y porque había incorporado temas del conservadurismo.

Por ello, las repúblicas de las décadas de 1870/1880 han sido asociadas con un liberalismo conservador, cuya prioridad fue afirmar el orden (el Estado) más que la libertad (la democracia). Esta combinación tuvo razones ideológicas y doctrinarias, pero sobre todo políticas. Ante todo, la necesidad de consolidar la autoridad a través de la formación estatal para cerrar el ciclo revolucionario, continuado luego por guerras civiles y fragmentaciones territoriales.

La insistencia en el conservadurismo que tiñó al liberalismo republicano de la segunda mitad del siglo XIX quizá pasa por alto la relevancia de la persistencia republicana-liberal, aun con su giro conservador, teniendo en cuenta el sombrío diagnóstico sobre la realidad posrevolucionaria que atravesó a élites políticas e intelectuales.

De hecho, fue este mismo diagnóstico el que colocó en el centro de la agenda, junto con el orden, la necesidad imperiosa de transformación social. El Estado nacional fue la apuesta para alcanzar esos objetivos en tensión. El liberalismo republicano y conservador fue también un nacionalismo, y el proyecto de nación, un programa orientado igualmente al orden y al progreso (Halperin Donghi 1980).[3]

La república posible, fórmula de Juan Bautista Alberdi (1852) para la Argentina, aplicable al conjunto de Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XIX, fue más liberal que republicana. La bifurcación entre la república liberal y el ethos cívico ha sido ilustrativamente definida como el triunfo de una “república epidérmica” (Aguilar 2002).

Ahora bien, ¿las repúblicas posibles y epidérmicas fueron democráticas? ¿Lograron ser verdaderas, en palabras del mismo Alberdi? Se ha dicho que la política decimonónica combinó sufragio universal (o moderadamente restringido) y control electoral, y que por ello oligarquías, participación popular y construcción de ciudadanía no fueron fenómenos excluyentes. A su vez, el sufragio universal (masculino) efectivo se impulsó a comienzos del siglo XX, en especial con el voto secreto y obligatorio. De todos modos, su motivación principal fue el gobierno representativo (ajustar la traducción entre política y sociedad exigida por las transformaciones causadas por la consolidación capitalista —de hecho, la representación de intereses fue otro tema discutido—) más que la democracia (ampliar derechos ciudadanos) (Annino 1995).

En retrospectiva puede sorprender que no se percibiera que el sufragio universal efectivo implicaba una ampliación social de la vida política y por ello un cambio profundo en el gobierno representativo, al incorporar nuevos actores y demandas. Pero precisamente la sorpresa ante esas novedades explica que las repúblicas posibles no lograran convertirse en verdaderas, o lo fueran por pocos años, entrando en crisis a lo largo del primer tercio del siglo XX, y que buena parte del liberalismo hispanoamericano derivara hacia posiciones antidemocráticas (Losada 2024).

Balances y proyecciones

El carácter conservador del liberalismo hispanoamericano de la segunda mitad del siglo XIX no debe soslayar que perduraron apelaciones al liberalismo progresistas y democratizadoras. El ejemplo más notorio es México, con la referencialidad establecida por la revolución de 1910 con la Constitución de 1857. Asimismo, el republicanismo cívico sobrevivió a la consolidación liberal conservadora. Este, sin embargo, como el enarbolado por la Unión Cívica Radical en la Argentina, tampoco fue una ruptura, sino un modo alternativo de concebir la síntesis liberal-republicana de la Constitución de 1853. 

A su vez, la torsión liberal-conservadora y el republicanismo cívico convivieron con una tradición republicana autoritaria, que también sobrevivió. El republicanismo clásico, en versiones seculares o católicas (como las promovidas por el neotomismo), alimentó críticas a la democracia liberal en las primeras décadas del siglo XX. Igualmente, revisiones de la Roma clásica fundamentaron la revalidación de caudillismos y personalismos como variantes autóctonas y genuinas del cesarismo democrático (una categoría en sí polémica en la misma tradición republicana, al igual que su versión moderna, el bonapartismo) por autores como Laureano Vallenilla Lanz, Ernesto Quesada o Ernesto Palacio. Estas derivas de la tradición republicana permiten pensar conexiones entre republicanismo (autoritario) y populismo.

Por último, existió una coincidencia entre republicanismo y liberalismo distinta de la república liberal. Hay una vinculación entre las repúblicas aéreas de Bolívar y las repúblicas posibles de Alberdi: el escepticismo acerca de la ciudadanía, de la posibilidad cívica.

Autoritarismo y democracia, en suma, tienen referencias intelectuales y experiencias históricas disponibles tanto en el liberalismo como en el republicanismo hispanoamericano. Opciones políticas opuestas comparten vocabularios y tradiciones; un punto clave para pensar la historia política e intelectual de la región en el largo plazo y conectar siglo XIX y siglo XX.

Notas

[1] Los frenos y contrapesos, en sentido estricto, son un sistema de distribución o separación del poder más que de división. Una de sus referencias fue el gobierno mixto del republicanismo clásico, mediada por la relectura de Montesquieu sobre la República romana y la constitución inglesa como “gobiernos moderados” (Bobbio 1987, 134-7).

[2] Bolívar expone de manera ejemplar la tensa proximidad entre republicanismo y autoritarismo, por su incesante búsqueda de organización constitucional para la concentración del poder (paralela a su rechazo de la monarquía).

[3] El factor nacional fue otro aporte liberal al republicanismo. La unión confederal americana (de repúblicas centralistas, no federales), como la promovida por Bolívar a través del Congreso de Panamá en la década de 1820, había sido una apuesta distintiva de organización territorial del republicanismo posindependentista.

Referencias

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