Francisco “Paco” Durand era un pensador comprometido con su país y con nuestra región, pero también —para quienes lo conocimos de cerca— un ser humano generoso, cálido y profundamente leal.
Para muchos, Paco fue un académico brillante; para algunos de nosotros, además, fue un amigo entrañable, compañero de ideas, de debates, de risas, de paleta frontón y de largas conversaciones sobre lo que más nos apasionaba: conocer y entender el poder, la historia y el Perú.
Conocí a Paco a comienzos de los años ochenta, cuando ambos tratábamos de entender los cambios que sacudían el país tras el fin del gobierno militar. Nos preguntábamos —como tantos jóvenes economistas y sociólogos de entonces— qué vendría después de doce años de “revolución” y de reformas, y cómo reaccionarían las élites empresariales ante la apertura neoliberal que ya se asomaba en el mundo.
En medio de esas inquietudes, entre reuniones en DESCO y discusiones en la revista Actualidad Económica, apareció Paco, con su libreta en mano, su mirada aguda y su capacidad infalible para preguntar justo lo que nadie se atrevía a preguntar.
Desde sus primeros trabajos —La década frustrada (1982)— marcó un rumbo claro: estudiar el poder donde realmente se concentra, en las élites económicas. Mientras muchos miraban al Estado o a los pobres, él se preguntaba por los ricos. “De los pobres sabemos demasiado”, decía con ironía. “De los ricos, casi nada, porque no contestan encuestas”. Esa frase, tan suya, encierra toda una metodología: ir adonde otros no van, mirar desde abajo hacia arriba, sin miedo a incomodar.
Su rigurosidad era proverbial. No había dato ni cifra que no verificara tres veces. Si alguien le citaba un número dudoso, Paco pedía la fuente, la revisaba y, si era necesario, la corregía. Pero esa disciplina científica nunca le quitó humanidad. En cada línea había una ética: la convicción de que conocer las estructuras del poder es una forma de servir al país, de hacer visible lo invisible.
Con los años, su mirada se amplió más allá del Perú. Su libro La captura del Estado en América Latina. Reflexiones teóricas (2020) fue un punto de inflexión: allí, propuso una lectura comparada de las élites económicas y políticas de la región, mostrando cómo la corrupción estructural, los lobbies empresariales y las puertas giratorias conforman un mismo patrón de dominación desde México hasta Chile. Ese texto lo consagró como un referente latinoamericano, no solo por su rigor empírico, sino por su coraje intelectual para nombrar el poder sin eufemismos.
A partir de entonces, su pensamiento se situó en una dimensión continental: ya no hablaba solo del Perú, sino del destino político de América Latina atrapada entre la dependencia y la captura.
Pero Paco no fue solo un investigador incansable. Fue también un amigo entrañable, un hombre de familia, un compañero de juego y de conversación. Recuerdo la primera vez que lo visité en San Francisco, a comienzos de los años noventa: conversábamos de política mientras sus hijas jugaban en el jardín y él, entre risas, decía que el neoliberalismo era como el “frío californiano”: te congela poco a poco sin que te des cuenta.
Años después se fue a enseñar a la Universidad de San Antonio en Texas para, finalmente, regresar al Perú. Mucha agua había pasado bajo los puentes, pero la amistad seguía intacta. Hablamos de su nuevo proyecto, Los nuevos dueños del Perú. Me dijo, con la serenidad de quien sabe que ha encontrado su tema definitivo: “Va a estar basado en cifras incontrastables. Son ellas las que hablarán”. Luego pidió a Tula, su esposa, el viejo ejemplar de Malpica (Los dueños del Perú, de 1964). “Esto —me dijo— es lo que necesitamos hoy, pero adaptado a este milenio”.
Ese libro —que avanzó con pasión hasta sus últimos meses— no fue solo una actualización del clásico de Malpica; fue la manifestación de su trascendencia intelectual. En este libro póstumo, Paco nos deja una radiografía de los nuevos grupos económicos, los bancos, los medios, los estudios de abogados que configuran las nuevas formas del poder en el Perú. Y lo hace con la misma mirada de siempre: crítica, documentada, sin concesiones.
Quisiera recordar también su lado humano. Paco no buscaba reconocimiento ni aplausos. Su alegría estaba en compartir lo que descubría, en enseñar, en debatir con rigor pero sin arrogancia. Tenía una risa franca, contagiosa, y una fe profunda en que el conocimiento —cuando se cultiva con honestidad— puede ser una forma de resistencia.
Un amigo me dijo una vez: “Es muy difícil continuar lo de Paco”. Tal vez sí. Pero también sé que Paco no querría discípulos que lo repitan, sino colegas que lo desafíen. Su legado no es un dogma, es un impulso: seguir investigando las estructuras del poder tanto desde arriba y, como ahora, las que se vienen forjando desde abajo, con la misma obstinación y la misma esperanza.
Por eso, en este homenaje, no lo despedimos. Lo continuamos. En cada estudio crítico de las élites, en cada esfuerzo por entender la captura del Estado y la desigualdad estructural, así como en sus trabajos recientes sobre el Perú fracturado en tres economías - la formal, la informal y la ilegal- Paco está presente. Y desde aquí, en París, a tres años de su partida, decimos con afecto: aquí está Paco. En nuestras lecturas, en nuestras aulas, en nuestras discusiones, sigue con nosotros.