El once antes del once

Hay muchas maneras de narrar, muchos modos de simbolizar, muchos modos de imaginar y sentir. Así debe ser. Yo he elegido, y me ha elegido, pensar mi espacio-tiempo como ciudadana latinoamericana a quien durante la infancia y adolescencia le tocó ver y vivenciar varias dictaduras latinoamericanas y sus procesos transicionales.

El recorrido que haré en este texto será como ir armando un rompecabezas con fragmentos que calzan, piezas que no sabes dónde encajar y otras que faltan. Advierto al lector que el recorrido parecerá historiográfico, sin embargo, ese no es su objetivo. El objetivo es pensar: ¿qué símbolo, qué lenguaje, qué experiencia producen estos pedazos de historia?

Para ello aclaro que mi material de trabajo son los archivos que Estados Unidos ha desclasificado sobre América Latina: junto con ellos también se filtrarán archivos brasileños, chilenos, paraguayos, argentinos. Archivos filtrados de la OTAN, archivos italianos, ingleses, australianos, belgas, entre otros. Empezaré contando la historia de las dictaduras en el Cono Sur; la primera de ellas la hace el general paraguayo Alfredo Stroessner de 1954 a 1989. Formado en Fort Leavenworth en 1953, los documentos estadounidenses de su dictadura aún permanecen clasificados. A pesar de eso, hay registros de la donación de 31 millones de dólares por parte de los militares estadounidenses a Paraguay entre 1946 y 1989, e información del entrenamiento de 1874 miembros de las Fuerzas Armadas paraguayas en territorio estadounidense  durante el mismo período, principalmente en la Escuela de las Américas y en Fort Bening, Georgia. Un cablegrama del 16 de mayo de 1956 muestra a Stroessner enviando la lista de su nuevo gabinete, para que el embajador estadounidense le dé su aprobación. Durante 1959, también encontramos información sobre asesinatos y represión de “rebeldes” (Lessa 2022).

En 1964, João Goulart, presidente electo de Brasil, termina abruptamente su gobierno a causa de un golpe de Estado. A través de una sucesión de generales de las fuerzas militares, Castello-Branco, Da Costa e Silva, Garrastazú Médici, y João Figueredo, la dictadura se sostendrá hasta 1985. Los archivos de inteligencia de la cia revelan el acompañamiento del golpe. En diciembre de 1963 hay documentos desclasificados que se refieren a “un Plan de Contingencia para Brasil” escrito por el embajador estadounidense en la época, Lincoln Gordon, en el que analizaba escenarios posibles frente a la crisis del país, sugiriendo acciones del gobierno de los Estados Unidos que incluían la opción de destitución por la fuerza del presidente electo Goulart. Las escuchas telefónicas entre el presidente John F. Kennedy y el embajador Gordon revelan las preocupaciones acerca del gobierno de João Goulart, entendido como un gobierno de izquierda, y por tanto el motivo principal para producir el golpe. Más adelante, un informe desclasificado revela la posibilidad de que los militares brasileños estén divididos y esto pueda implicar una violenta guerra civil. Un telegrama del 31 de marzo de 1964, emitido desde el Departamento de Estado, informa sobre el envío de ayuda militar, operación conocida como Brother Sam: un barco petrolero con combustible fue trasladado de Porto de Aruba en el Caribe a las cercanías del puerto de Santos en Brasil, estimando que el navío llegaría a la costa brasilera en la fecha del golpe, junto con ocho portaviones, cuatro destructores, dos navíos-escolta y otros tres navíos-tanques de refuerzo. Acompañaban los navíos 110 toneladas de municiones (González y Máximo 2024). Transcurrido el golpe y la dictadura hasta 1985, el último general en gobernar fue el general João Figueredo, que había sido jefe del Servicio Nacional de Inteligencia por años y alumno destacado de la Escuela de las Américas. 

En 1971, el presidente Juan José Torres de Bolivia había establecido un gobierno militar nacional de izquierda. En su mandato nacionalizó la empresa Bolivian Gulf Oil Company, algunas compañías mineras, aumentó el financiamiento de universidades públicas y armó un programa llamado “Estrategia Socioeconómica del Desarrollo Nacional”. Sufrió un golpe de Estado a mando del general boliviano Hugo Bánzer. En un memorándum de ese año 1971, Henry Kissinger informa del golpe y el cambio a líderes militares conservadores, que revertirán las medidas de nacionalización del general Torres. El 22 de junio, un informe de ese año refiere a las propuestas de operaciones encubiertas de los Estados Unidos para producir el golpe, así como a la asistencia económica, el entrenamiento y el envío de municiones para sostener a la nueva Junta Golpista en el poder, “ya que la inacción podría haber llevado a un nuevo gobierno extremista, lo que no es una alternativa intolerable”, dice el informe (Badani 2016). La dictadura de Bánzer duró hasta 1978. El general Bánzer fue alumno en la Escuela de Caballería Acorazada de Fort Hood en Texas, y de la célebre Escuela de Las Américas, en la zona del canal de Panamá, donde completó con honores su especialización en tácticas de lucha antiguerrillera.

En 1972, en Uruguay, el presidente electo civil Juan María Bordaberry, inició un proceso de militarización de su gobierno, llevando a cabo la conducción presidencial en conjunto con una Junta Militar, lo que derivó en una dictadura militar que se extendió hasta 1985. En documentos desclasificados se lee que —en reunión sostenida entre Kissinger y el general Garrastazú Médici (dictador de Brasil)— los militares brasileños intervendrían las elecciones y darían apoyo posterior, así como también asesoría, al golpe de Uruguay. En el mismo diálogo desclasificado Kissinger y el general Médici declaran su preocupación por el gobierno de Allende en Chile. En documentos de inteligencia brasileña, se leen los planes para alterar las elecciones uruguayas para que salga electo Juan María Bordaberry (Herrera Lussich 2009). También aparecen en desclasificados anteriores de 1971 del Departamento de Estado (25 de agosto de 1971), en los que se discute cuáles serán los planes para Uruguay y cómo se llevarán a cabo. Uruguay tuvo el mayor número per cápita de presos políticos del mundo; casi el 20% de la población fue arrestada. Los jefes del Movimiento Nacional de Liberación (entre ellos José Alberto “Pepe” Mujica, que posteriormente sería presidente de 2010 a 2015) fueron aislados en prisiones y sometidos a repetidos actos de tortura, durante décadas.

En 1973, el presidente electo Salvador Allende sufrió un golpe de Estado, el 11 de septiembre. Documentos desclasificados muestran profusamente el malestar del presidente Nixon y de su secretario de seguridad Henry Kissinger hacia el gobierno de Allende y la Unidad Popular. La desclasificación de documentos de Chile es una de las más cuantiosas —y también censuradas— que haya realizado Estados Unidos sobre un país extranjero. Abarcan los planes para evitar la elección de Allende, el financiamiento de contrapropaganda, el asesinato del comandante en jefe del Ejército contrario al golpe, el general chileno René Schneider, con el objetivo de producir caos y convencer al Congreso chileno de que no ratifique el triunfo de Allende en 1970. Se revela también el financiamiento millonario para generar su caída, estrangulando la economía, con la participación de connotados empresarios como Agustín Edwards, dueño del periódico más importante del país. Todos esfuerzos que buscan crear las condiciones para el golpe de Estado, la gestión de la toma de poder y el bombardeo al palacio presidencial de la Moneda. También narran la participación de la dictadura brasileña en la represión y la tortura, la existencia de los campos de prisioneros, y muchos otros detalles de una verdadera campaña de intervención internacional (Sifuentes 2024). Esta colaboración existió hasta el final de la dictadura en 1989, cuando Augusto Pinochet perdió un plebiscito que le habría permitido gobernar hasta 1996. También hay documentos sobre el apoyo al financiamiento de la campaña contra Pinochet a fines de los 80 y el acompañamiento a la transición a la democracia. El brazo derecho de los servicios de represión del régimen, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), estuvo en manos del coronel Manuel Contreras, egresado también de la Escuela de las Américas.

En 1975, el general Francisco Morales Bermúdez toma el poder en Perú y su propósito es corregir los excesos en que había incurrido su predecesor, el general Juan Velasco Alvarado, que pertenecía a una corriente nacionalista latinoamericana, conocida como el “proceso revolucionario”. El general Morales acusó a los extremos, responsabilizando a la izquierda radical, cuya influencia se propuso desterrar. De la influencia de las agencias de inteligencia estadounidenses en el giro hacia el neoliberalismo no hay muchos documentos. Sin embargo, en los documentos chilenos se devela un encuentro entre el coronel Manuel Contreras, jefe del Servicio de Inteligencia de la dictadura chilena, con Vernon Walters, director en esos años de la CIA. Contreras le manifiesta la sospecha de que el gobierno peruano quiere iniciar una guerra con Chile (resabios de la guerra del Pacífico de fines del XIX). En los documentos de inteligencia de la dictadura brasileña, también se recoge el temor de los militares chilenos en el poder acerca de la compra de armamento soviético y francés por parte de la dictadura peruana. El asunto de estos documentos brasileños se refiere a la evaluación de un crédito de 40 millones de dólares, en 1976, para comprar armamento brasileño de parte del régimen de Pinochet, visado por los Estados Unidos. Un telegrama del Departamento de Estado norteamericano muestra que en 1977 se redujo la asistencia militar a Perú de 20 a 10 millones, debido a la adquisición de ese armamento soviético.  

En 1976 tuvo lugar el golpe de Estado contra María Estela Martínez de Perdón, conocida como Isabelita, en la Argentina. El formato de esta dictadura que se prolongó hasta 1983 será a través de diversas juntas militares sostenidas por distintos “presidentes militares”. El primero de ellos es el general Jorge Videla, luego le suceden el general Viola y el general Galtieri, quienes, además del almirante Massera, conforman las caras más tristemente célebres de la dictadura argentina. Dos días después de producido el golpe del 24 de marzo de 1976, el entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, ordenó “alentar” a la dictadura argentina y ofrecerle apoyo financiero. Días antes, Kissinger, al ser informado de que se produciría un golpe de Estado en la Argentina, afirmó que quería impulsarlo. En tanto, el embajador estadounidense Robert Hill calificó el golpe como el “más civilizado de la historia del país”. Pero documentos desclasificados recientes, señalan que —después de que se conociera que el presidente Juan Domingo Perón había sido ingresado de urgencia por un edema pulmonar en 1973— se revelan las intenciones estadounidenses: “Debemos esforzarnos por mantener un estrecho vínculo con los líderes militares claves, en cuanto representan una de las pocas alternativas viables a los peronistas”. Los generales de la junta Jorge Videla y Roberto Viola, el almirante Emilio Massera y el general Leopoldo Fortunato Galtieri habían sido también alumnos de la Escuela de Las Américas.

En 1976, en Ecuador, un “Consejo Supremo de Gobierno” —entre 1976 y 1979— es llevado a cabo por militares. Este consejo dio un giro hacia la derecha, pues abandonó la filosofía nacionalista en materia petrolera que habían tenido los gobiernos anteriores y adoptó políticas represivas, iniciando un proceso de endeudamiento externo que repercutió gravemente sobre los gobiernos constitucionales que reiniciaron la democracia en agosto de 1979.

Estas dictaduras siguieron organizándose y establecieron una suerte de articulación represiva a escala continental, conocida con el nombre de Operación Cóndor. Su síntesis hasta los retornos de las democracias a mediados de los ochenta y noventa deja un saldo lamentable, sin contar los procesos internos de imposición de cada régimen dictatorial. La operación Cóndor tendría a su haber: 50.000 asesinados, 30.000 desaparecidos, 400.000 personas detenidas sometidas a interrogatorios, cárceles y torturas. Aparentemente, los documentos de Cóndor desclasificados —tanto por documentos de inteligencia norteamericanos como de los países involucrados, que han ido saliendo a la luz desde fines de los 90, incluidos los tristemente célebres “Archivos del terror” encontrados en Paraguay a mediados de los 90— revelan que esta articulación fue comandada por el coronel Contreras, jefe de los servicios de inteligencia de Pinochet, quien según un documento desclasificado por la CIA del 7 de enero de 1975, tiene una importante reunión con el secretario Kissinger y es nombrado nexo entre la Inteligencia norteamericana y Pinochet, recibiendo paga por ello (Kornbluh 2020).

Manuel Contreras recibe financiamiento para organizar las inteligencias sudamericanas, así como para pensar su estructura de funcionamiento, comunicación y acción. También constan documentos sobre entrega de equipos, armas, sistemas de comunicación, es decir, la logística que permitiera el funcionamiento de las policías secretas coordinadas y que tuvieran capacidad de acción en la región. Los documentos dan cuenta de los métodos de tortura, los campos de concentración y la eliminación de detenidos, métodos denominados “la basural”. Así, Paraguay, Brasil, Chile, Bolivia, Argentina, Uruguay, Perú y Ecuador vivirán los efectos de esta represión durante todo el proceso totalitario impuesto por la violencia. Cuando la región sale de este oscuro período, no hay pruebas ni documentos ni certezas de que esto ha sucedido. En este punto ciego se inician los traumatizados retornos a las democracias.

* * *

Hasta aquí, lo que parece historiografía; ahora vamos al símbolo y al lenguaje.

Por mucho tiempo, dediqué parte de mi práctica artística a la noción de la histeria, su lenguaje somático, su cuerpo convulsionado, su mudez —registros de obras que en esta ocasión no mostraré— pero lo traigo hasta acá, porque cuando recuerdo la vivencia de la lectura de los desclasificados que inicié en 1998, la experiencia de la tensión entre la historia y el relato mudo y somático de la mujer histérica ya era algo que había asimilado. Si pensamos el síntoma psicoanalítico como lenguaje anómalo que proviene de un hecho que no se puede traducir a lenguaje en la experiencia —y esta es la definición de trauma—, la verdad a la que podemos acceder en primera instancia no sería la verdad del hecho, el archivo y su dispositivo documental. Accederíamos más bien a la verdad de la cifra en cuanto código y, con ella, a los signos de la muerte, la destrucción y la agresión. Podría extremar la idea, y sería que la historia, como narrativa, no está destinada a narrar las verdades de los acontecimientos, sino que se trata de una operación narrativa destinada a editar —borrar, condensar, recortar— y, por tanto, a somatizar aquellos acontecimientos.

Mis razones para acercarme y zambullirme en la necesidad de archivo en la que he vivido los últimos veinte años provienen del encuentro con la borradura y la tachadura, que surgen de la no-historia, provienen de la dimensión del SECRETO como asunto de seguridad nacional, de su histeria y de su mudez. Mi urgencia por el archivo se debe a ese síntoma, a esa nube flotante de malestar percibida a través de mi infancia anclada en el Cono Sur de América Latina. Infancia que me ha hecho preguntarme muchas veces cuánto de mi subjetividad está cruzada, modelada, por esos hechos y atmósferas que la envolvieron, por esas dictaduras militares y sus códigos y lenguajes de los que fui testigo en mi propio país y también en los otros países de la región por donde viajé y viví. Trabajé por casi veinte años con los archivos de la CIA y otros organismos de inteligencia de los Estados Unidos sobre países latinoamericanos, que han sido desclasificados, en un período que comprende desde 1948 hasta fines del siglo XX.

En 1999, Estados Unidos anunció la desclasificación de documentos de sus servicios secretos sobre la historia reciente de Chile. Recuerdo haber vivido esa noticia con cierta conmoción expectante y haber pensado y sentido que iba a producirse un gran revuelo histórico en Chile. Sin embargo, eso no sucedió y hasta la fecha solamente unos pocos libros recogen esta información. Pero para mí se transformó en una interrogante simbólica. Desde el punto de vista del arte concibo estas como reflexiones simbólicas, como procesos de simbolización social, es decir, ¿cómo se puede dar a ver y, por tanto, representar —simbolizar—, la desclasificación de los archivos?

Los archivos desclasificados estuvieron a disposición del público a través de un sitio oficial difundido por internet (Departamento de Estado). Al descargar algunos de estos archivos, tuve una primera impresión directa con el hecho mismo de la desclasificación de los documentos. Es decir, dimensionar el tener acceso a información que durante toda mi vida había presentido. Para mi generación acceder a esos documentos burocráticos que revelan datos duros, fechas, sumas de dinero, personas implicadas, esquemas de organización, planificaciones estratégicas escritas era acceder a un aspecto de la realidad con la que no habíamos lidiado. Mi generación tuvo que escuchar versiones contrapuestas de la historia, con los testimonios y testigos contrapuestos de esas versiones contradictorias, con titulares que decían “No existen tales desaparecidos”.

Asimismo, sufrí un segundo impacto pues muchos de estos documentos están tachados: párrafos y páginas completas borradas con líneas, rayas y bloques negros. Me conmoví por esa información borrada y, a su vez, por la historia de Chile, aquella que sentí pequeña e insignificante desde esa borradura; pensé en el abismo que había entre los hechos sucedidos en Chile, lo mucho que nos han conmocionado por largo tiempo y esas tachas.

Empecé trabajando con los archivos que se publicaron sobre Chile (en lo que se denominó Proyecto de desclasificación Chile) en los años 1999, 2000 y 2001, cuando Augusto Pinochet estaba preso en Londres, suceso que propició la voluntad internacional de hacer visibles estos archivos presionando a USA para desclasificar los archivos de Chile de ese periodo, siendo Chile uno de los países que tenía el mayor volumen de desclasificación de documentos.

La biblioteca de la no-historia es una obra que realicé en Santiago en 2010 y corresponde a mi primer trabajo con los archivos de inteligencia .A esta obra le impuse cumplir con dos objetivos: ser una estrategia de diseminación de este material y, al mismo tiempo, ser una seductora transacción simbólica que me permitiera dimensionar la relación entre esta información y la subjetividad. Para esto, edité seis tipos de libros, cuya edición de 900 ejemplares fueron colocados en anaqueles y con los cuales intervine tres librerías, simultáneamente, en Santiago. Los libros contenían una compilación de archivos desclasificados sobre Chile y las personas podían llevárselos a medida que transcurría la muestra, a cambio de una respuesta que quedó inscrita en un formulario. Es decir, tenías derecho a llevarte un libro, de manera que el anaquel iba vaciándose a medida que transcurría la exposición, revelando una línea de luz blanca, a cambio de la transacción simbólica de una respuesta a la pregunta: ¿Qué va a hacer usted con esto?

Esa era la misma pregunta que me había hecho cuando empecé a trabajar con este material. Pensaba en qué puedo hacer yo con este material, con sus significados, con el símbolo de época que ellos configuran. Tomé conciencia de que lo que se podía hacer era generar una obra que permitiera que el material fuera elaborado colectivamente, pero también, subjetivamente. De ella aprendí algo significativo sobre la tensión que puede existir entre archivo y memoria. El archivo es una información dura y fragmentaria, donde aparecen datos específicos, y la memoria es aquello que vamos construyendo desde las experiencias subjetivas en relación con la historia. Por lo tanto, la pieza tendría que ver con aquella condición natural de los documentos de archivo: no son historia, sino más bien, podrían llegar a serlo.

La dificultad que significa enfrentarse a un material de archivo en el que aparece la historia de la mayoría de los países latinoamericanos, escrito en un idioma que no es el nuestro, por agentes de inteligencia norteamericanos durante los últimos sesenta años, nos da pistas sobre cómo han venido construyéndose nuestras historias y cuáles han sido los lineamientos geopolíticos que tenemos en común. Las obras que realizo son en realidad estrategias que permiten al público aproximarse, a través de los sentidos, a este material de archivo que inevitablemente va a generar resistencias subjetivas, reacciones naturales de rechazo.

Desde las artes visuales, ha sido mi interés construir una tensión entre forma estética y contenido político que permita al espectador/lector problematizar la noción de archivo, produciendo una experiencia para el que mira, pero considerando que este también puede ser a ratos un lector. Asimismo, la manera de espacializar los documentos busca construir, más allá de la información que contienen, una dimensión simbólica de la experiencia de estos archivos y de la historia que portan.

Lo primero que entiendo de los documentos de inteligencia desclasificados es que son documentos que contienen textos y tachas, pero que, al ser exhibidos, no están dispuestos solamente para ser leídos, sino para, en primer lugar, ser vistos. Es decir, en su condición de imagen y luego de texto. La característica de la tacha y el texto del documento confunden al que las observa, al suprimir “las más viejas oposiciones de nuestra civilización alfabética: mostrar y nombrar; figurar y decir; reproducir y articular; imitar y significar; mirar y leer” (Foucault 1981,  34). Veo un texto fragmentado y la borradura de este. La borradura es al mismo tiempo figura negra y abstracta. De este estar atrapado, o quedar atrapado, en un caos sin solución donde el orden original del discurso y la imagen han sido violentados, surge un tercer elemento que, en su hibridez, resulta peligroso y caótico, subversivo de la ley básica que separa el régimen del texto del de la imagen. El texto dice, nombra, significa y se lee. La imagen muestra, representa y se mira. La fisura que es un documento tachado, el caos que produce en el pensamiento y la experiencia reflejan de alguna manera la violencia como cuerpos histéricos que somatizan su relato reprimido.

Esto lo retomo en la obra Historias de aprendizaje, mostrada en la Bienal de San Pablo de 2014, donde cruzo los documentos norteamericanos con la obtención de documentos brasileños que narran la importancia estratégica de Brasil a partir del inicio de su dictadura en 1964, cuyo rol será gravitante en la construcción de las siguientes dictaduras de la región del Cono Sur de América.

Aquí quiero detenerme y hacer una pequeña reflexión sobre el significado de una tacha. Las tachaduras son el borrado de información que permite que un documento clasificado como secreto sea liberado de esa condición y por lo tanto desclasificado. No es un acto histérico solamente. Cada tachadura posee al costado una marca, escrita a máquina o a mano que señala a qué corresponde la necesidad de mantener esa información como secreta. Puede ser B1, B2, etc. Estos códigos se refieren a cuáles son las razones de seguridad nacional norteamericana que hacen que esa información se mantenga oculta hoy. Aun cuando el documento sea de 1972, por ejemplo, existen razones en el presente para que esa información no sea revelada. Por tanto, esa tacha corresponde al presente de ese documento. Puede ser que la operación de inteligencia descrita esté activa aún. Puede ser que la persona que aparece mencionada, tal vez como informante o agente, esté de alguna manera operativa, puede ser que la información se refiera a algún interés norteamericano que se mantiene intacto en el tiempo. Es decir, lo que nos impacta de una borradura no solo es que hay algo que no puedo leer, lo que impacta es que hay algo que no puedo leer hoy, ya que aún no es historia, ya que esa tacha es presente, es un dato duro acerca de nuestro presente. 

A partir de esta desclasificación, y la manera en que interpela mi subjetividad y el cómo esta información se refleja en mi propia necesidad de relato histórico, o tal vez de la conciencia de la falsedad del relato impostor, empecé a pensar el documento como material artístico en un sentido conceptual y en un sentido estético, y en su experiencia como una experiencia por elaborar, haciendo cuerpo de un cierto sentimiento por la naturaleza incompleta de la historia. La experiencia de una historia secreta, borrada y que cambia las narrativas es una experiencia que me parece medular en nuestra experiencia de la contemporaneidad.

Las obras exhibidas presentan un aspecto de la Guerra Fría relativo al uso del lenguaje, los secretos y los falsos discursos, lo que hace cuestionar la posibilidad de pensar, asimilar y sentirse parte de una historia que está basada fundamentalmente en omisiones, datos falsos, desarrollada desde las planificaciones de inteligencia hasta los medios de comunicación masiva, manipulados estratégicamente para que, al calor de los incidentes, un primer relato devenido del shock sirva para velar la verdad y su complejidad a través de la conmoción pública.

El 11 de septiembre de 2023 se cumplieron 50 años del golpe en Chile. El dolor volvió a expresarse por toda la sociedad, también la desidia negacionista volvió a hacerse presente. El Informe Rettig, sobre los detenidos desaparecidos, de 1991 y sobre todo el Informe Valech (informe sobre la tortura elaborado de 2003 a 2010) son documentos oficiales del Estado chileno, redactados por autoridades morales y especialistas de todo el arco político, que recogen una parte de las atrocidades cometidas en dictadura.

Aun cuando el informe Valech no puede ser público a cabalidad, conocemos fragmentos, y desde los ecos de ese pasado colapsado por esta crueldad, como sociedad establecimos un NUNCA MÁS que vertebró nuestra convivencia durante la transición y las décadas posteriores. Sin embargo, la sociedad volvió reincidir en ser cómplice de violencia estatal hacia los ciudadanos, de un modo que aún no es comparable con la dictadura, en ningún caso, pero que revela una preocupante planificación de violencia estatal, connivencia institucional y complicidad civil que equipara la noción de orden con el derecho del Estado de ejercer violencia indiscriminada.

Desde 2020 a 2024, realizamos un grupo de mujeres artistas una investigación de esta violencia ocurrida durante el estallido social chileno de 2019 a 2020. Levantamos información, documentación, generamos cartografías, hicimos entrevistas, solo para recordar que recordar es un ejercicio de memoria, resistencia, pero sobre todo de consciencia. La consciencia de la fragilidad de nuestra colonizada democracia.

Referencias

Badani, Javier. 2016. “Nixon: ‘¿Qué es lo que necesitamos (en Bolivia)? ¿Un golpe?’”- ¡La Pública!, 15 de agosto. https://lapublica.org.bo/especiales/el-golpe/item/1150-nixon-que-es-lo-que-necesitamos-en-bolivia-un-golpe.

U. S. Department of State. Freedom of Information Act Virtual Reading Room Documents Search. https://foia.state.gov/Search/Search.aspx#

González, Javier M. y Gabriela Máximo. 2024. “Brasil: el primer golpe basado en la doctrina de la seguridad nacional”. Nueva Tribuna, 31 de marzo. https://www.nuevatribuna.es/articulo/global/dictadura-brasil-primer-golpe-basado-doctrina-seguridad-nacional/20240331142446225388.html.

Herrera Lussich, Daniel. 2009. “Nixon: Brasil ‘ayudó a manipular las elecciones’ de 1971 en Uruguay”. El País (edición Uruguay), 18 de agosto. https://www.elpais.com.uy/informacion/nixon-brasil-ayudo-a-manipular-las-elecciones-de-1971-en-uruguay.

Kornbluh, Peter. 2004. Los archivos secretos. Crítica, Barcelona.

Kornbluh, Peter. 2020. “Operación Cóndor: los ‘asesinatos selectivos’ que implican a Pinochet y a Manuel Contreras”. Ciper Chile, 9 de enero. https://www.ciperchile.cl/2020/01/09/operacion-condor-los-asesinatos-selectivos-que-implican-a-pinochet-y-a-manuel-contreras/.

Lessa, Francesca. 2022. “La Operación Cóndor al descubierto, una campaña de terrorismo de Estado en América del Sur en los años 70”. Publicado en YouTube por la University of Oxford, 4 de marzo. https://youtu.be/GA44sszBetY?si=3oZQexLWL7bPhRVY.

Sifuentes, Emma. 2024. “El otro 9/11: Estos son los archivos desclasificados que narran la intervención de Nixon y la CIA en Chile”. Fast Company, 11 de septiembre. https://fastcompany.mx/2024/09/11/11-de-septiembre-archivos-desclasificados-revelan-intervencion-nixon-cia-chile-golpe-estado-1973/.