La única cosa que no puedes ver es el elemento en el que te mueves
“Cuidado con las macros ocultas”[1]
En Tiempos y modos,[2] una colección de ensayos de crítica cultural, Nelly Richard indaga, problematiza, se adentra en las posibilidades de otras hablas, de otras texturas narrativas para repensar, desde el caso chileno pero fundamentalmente desde la incertidumbre, las líneas de fuga, el quiebre de la política formal, lo que yo llamo el acontecimiento irruptivo de las insurrecciones en el ciclo de las plazas[3] o, en sus propias palabras, un “despliegue insurgente”, para desmarcarse de esas articulaciones conceptuales tan llenas de verdad y de certeza, tan poco dispuestas a arriesgar interpretaciones en vez de sentencias.
Desde esa perspectiva, intento analizar las aceleradas transformaciones que “los cuerpos” de internet han operado en las sociedades. Retomo la metáfora de “los cuerpos de la máquina”, porque me permite realizar varios desplazamientos. Salir, por ejemplo, de una cierta razón ilustrada (y asustada), que considera internet y sus diferentes manifestaciones como el fin del conocimiento y una amenaza a la socialidad, que Martín Barbero entendía como “los modos de estar juntos”; y al mismo tiempo, cuestionar una perspectiva salvífica, mistificadora, el llamado “tecnoiluminismo”, es decir, internet y sus cuerpos, como solución a (casi) todos los problemas de la humanidad.
Pensar los cuerpos de internet me permite detenerme en tres estaciones para recorrer este itinerario incierto, inacabado, complejo:
- internet y sus dispositivos de captura y control, maquinarias de guerra[4] que expanden y diversifican sus modos de existencia, sus materialidades, sus símbolos, sus lenguajes.
- Internet y sus dispositivos de activación afectiva y resistencia, su dimensión conectiva en clave tecnopolítica, es decir, el uso táctico de internet por parte de los movimientos sociales y las insurgencias de nuevo cuño, como “máquinas de guerra”.
- Internet y la pregunta en torno a los procesos de subjetivación.
Indudablemente podrá dedicar una cuarta estación a la dimensión corporativa de los cuerpos de internet, pero eso será tema de otro ensayo.
Estación uno: Captura y control
En 2010 se estrenaba la película Tron: Legacy (el Legado), dirigida por Joseph Kosinski, secuela de la película de 1982 Tron (Steven Lisberger), que anticipó un universo digital distópico, en el que Flyn, un programador y empresario, es transportado a la red por un complejo sistema de inteligencia artificial que ha capturado los programas para destruir la “fidelidad” a los usuarios de la red, es decir, de internet.
Tron es un programa “bueno”, diseñado por Flyn y destinado a vencer al malévolo sistema operativo llamado Clu 2.0.
En la película el Legado, el padre de Sam lleva ya muchos años “desaparecido”. Para sintetizar, después de varias maniobras y un mensaje críptico, Sam logra “ingresar” o ser transportado a ese universo digital para descubrir que Clu 2.0 se ha convertido en un tirano que ha sometido y controlado todos los programas y algoritmos (salvo algunas resistencias) y que planea invadir el “mundo humano”. Sam se da cuenta de que Clu acumula poder utilizando una doble estrategia, control y seducción; miedo a la aniquilación, a la obsolescencia y, al mismo tiempo, promesas de perfección.
Más allá de las resonancias que esta narrativa tiene con los populismos de izquierda y de derecha que ganan terreno con el consistente deterioro de las democracias, lo que me interesa es traer a la discusión dos elementos que son vitales para entender de qué manera los cuerpos de internet, en sus muy diferentes expresiones (redes sociodigitales, programas, inteligencia artificial), operan como dispositivos de captura de la atención, del imaginario, incluso de la voluntad y como formas de control sobre la verdad, la interpretación de la verdad, la narrativa en torno a un acontecimiento y especialmente en el control sobre la construcción de la idea de amigo-enemigo; nosotros-ellos-ustedes.
Voy a utilizar dos analizadores para ilustrar el modo de operación de estos dispositivos: la red X (antes Twitter), hoy en poder de Elon Musk; y WhatsApp de Meta, en poder de Mark Zuckerberg, que llevamos de un lado a otro en nuestros dispositivos en los que encarnan-se hacen cuerpo- estas dos “aplicaciones”.
“Cuidado con las macros ocultas”
La llegada o, más bien, la compra de Twitter que realizó Musk a finales de 2022 representó un importante (y peligroso) punto de ruptura con respecto al Twitter fundado por Jack Dorsey en 2006. En primer término, el cierre de la API (punto de acceso) a su red, a la que numerosas instituciones académicas e investigadores tuvimos acceso irrestricto desde 2019, que fue mejorada en agosto de 2020, a través de un estricto programa denominado Academic Research Project, que permitía la descarga de arrobas (cuentas de usuarios), tendencias y hashtags.[5] Una de las primeras medidas que tomó Musk, además del despido masivo de empleados en todo el mundo, fue justamente la de cancelar el programa académico y con ello el acceso gratuito para investigadores, centros y universidades. Ello volvió más opaca esta red y dificultó seguirles la pista a las tendencias “inorgánicas”, esas campañas pagadas con evidentes fines políticos o comerciales; incrementó la circulación de discursos de odio y dejó prácticamente ciega la investigación sobre estas narrativas y su impacto electoral, social, cultural, es decir, sin conocimiento. Las cuentas o arrobas falsas, tanto las líneas de código automatizados (llamados bots), los troles, hasta las cuentas-calcetín (sock puppet), no han hecho sino aumentar su toxicidad, especialmente a partir de la alianza Trump-Musk.
Entre el conocimiento y los saberes acumulados a lo largo de mi tiempo como fundadora y coordinadora de Signa_Lab, quisiera destacar un par de cuestiones relevantes para la pregunta que se formula este número de la revista, a saber, la de la “convivencia con una serie de máquinas que rediseñan la vida”. El uso mafioso de las redes, en concreto de X, reposa en tres principios básicos:
- la exacerbación de las emociones, como la ira, el odio, el asco, el miedo,[6] pasiones tristes, como las llama Baruch Spinoza, que una vez detonadas, devienen en
- una feroz polarización, en un loop interminable de falsa información, odio, descalificación y descrédito del adversario y
- el ablandamiento de los filtros cognitivos que se debe a la familiaridad y cercanía de los dispositivos que utilizamos cotidianamente.
Emociones exacerbadas, polarización y pobreza de filtros cognitivos se condensan en lo que llamé “tecnologías de proximidad”, cuando empecé a trabajar las políticas de la mirada y los regímenes visuales,[7] formulación a la que arribé al preguntarme sobre la invención del microscopio y la del telescopio, y que hoy requiere un ajuste conceptual.
WhatsApp es hoy la tecnología de proximidad por excelencia. Como lo mostró el triunfo de Bolsonaro en Brasil en las elecciones de 2018, la agresiva campaña electoral en WhatsApp superó con creces las campañas tradicionales por televisión o radio. De los 147 millones de votantes en esa elección, 120 millones utilizan esta aplicación, y, según datos del Instituto Datafolhia, el 90 % de esos usuarios la utiliza treinta veces al día, y, según la misma fuente, el 66 % de los electores brasileños consume y comparte noticias y videos sobre política.[8]
Más allá de elaborar un análisis detallado de WhatsApp como dispositivo de captura y control, me interesa arriesgar una hipótesis de cuño antropológico. Esta herramienta, red, aplicación y su materialización en el celular, la tableta o la computadora, es el instrumento a través del cual hablamos con nuestras madres, tías, hijos, amigos, compañeras de oficina; esto implica que al producirse el ensamblaje entre nuestro cuerpo y los cuerpos de la aplicación, se genera una simbiosis que, como ya señalé, reduce los filtros cognitivos y aumenta el riesgo del sesgo de confirmación, que es la tendencia de las personas que buscan consumir, aceptar, apropiarse de ideas, “informaciones”, imágenes, que apoyen sus propios puntos de vista.
Captura y control no representan una novedad para el ejercicio del poder ―del tipo que sea―, pero sin duda los cuerpos de internet han facilitado la tarea. Estas maquinarias de guerra recodifican el malestar; dan un habla, una manera de enunciar a las personas y achatan la complejidad.
Estación dos: Zonas de intensificación afectiva, polinización, lazos y memoria
“Pensar por todas partes”, dice Michel Serres en Pulgarcita[9], un elogio-ensayo sobre la “presunción de competencia” de las generaciones actuales. Pensar por todas partes alude a las profundas transformaciones que las tecnologías han operado sobre las formas en que nos comunicamos, las formas en las que aprendemos; se trata de un pensamiento descentralizado y móvil que fluye entre nodos,[10] no es pues un pensamiento atado a un lugar, a una institución. Los navegantes en el ciberespacio utilizan los “sitios” como sistemas de paso, a la manera de los túneles del conejo de Alicia.
Además, los cuerpos de internet, en sus estructuras, formas, materialidades, también posibilitan sentir por todas partes. En esta segunda estación me aproximo a la creatividad, la imaginación, la improvisación como formas de resistencia, como máquinas de guerra a la manera de Deleuze y Guattari (1988)[11].
Por máquinas de guerra los autores aluden a ensamblajes que emergen por fuera de las jerarquías, del discurso y control del Estado, y al capitalismo. Las máquinas de guerra se enfrentan a estas formas en su propio territorio, tratando de disolver las territorializaciones impuestas por ellas. Son itinerantes y abrazan el devenir.
Lévi-Strauss afirmaba que hay “objetos buenos para pensar” (bons à penser),[12] indudablemente “máquinas de guerra” es un concepto bueno para pensar. En mi propio trabajo intento construir conceptos-puente que operen como categorías analíticas y que me permitan una aproximación metodológica a la realidad. Es el caso de la noción de “contramáquina”, que entiendo como estrategias colectivas que emergen como respuesta a las máquinas de control (maquinarias de guerra), como el aparato estatal, los sistemas tecnológicos, las instituciones que perpetúan el poder y las narrativas hegemónicas.
Las #contramáquinas[13] actúan como fuerzas disruptivas que cuestionan las narrativas dominantes. Es un concepto-puente que me permite aprehender para analizar prácticas, estéticas y dispositivos de intervención sobre lo público que buscan desmontar las narrativas normalizadas por los poderes propietarios.
Me interesa aquí referirme a los movimientos sociales, colectivas y colectivos que emplean los cuerpos de internet, las tecnologías y las estéticas digitales para subvertir el control estatal o corporativo.
El streaming y la viralización a través del uso de hashtags me parecen buenos analizadores en tanto muestran las formas creativas de resistir al control y la captura de los cuerpos de internet para romper los cercos de la contención dominante.
Me refiero al streaming como la transmisión en vivo y en directo de acontecimientos, marchas, asambleas, acciones, performances que llamó mi atención durante la fase alta de Occupy Wall Street.[14] Wikipedia define el streaming como la distribución digital de contenidos. Utilizado por activistas que desarrollaron tempranamente protocolos y destrezas para hacer lo que hoy se conoce como un Facebook live o un Periscopio en lo que fue Twitter y que hoy, quince años después de la Primavera Árabe que inauguró el ciclo de las plazas, resulta sencillo para cualquier internauta medianamente diestro.
Desde la perspectiva que me interesa, el streaming es fundamentalmente difundir relatos e imágenes desobedientes que abren un boquete a la narrativa oficiosa.
Voy a referirme aquí al movimiento #BlackLivesMatter, que se originó en los Estados Unidos a raíz del asesinato del joven Trayvon Martin en 2012, un movimiento que inició con un mensaje de Facebook de Alicia Garza, cuando se declaró no culpable a George Zimmerman del asesinato de Trayvon. La frase “las vidas negras importan” no tardó en hacerse viral, hasta convertirse en un poderoso hashtag y en un articulador político de la resistencia. #BLM, por sus siglas en inglés, fue ganando tracción al presentarse nuevos casos de violencia policial y homicida contra afroamericanos.
En 2020, con el asesinato a manos de la policía del afroamericano George Floyd, se desató una ola de protestas globales que fueron transmitidas en vivo por activistas no solo afroamericanos, que consideran intolerable la violencia policiaca y la impunidad que prevalece en la mayoría de los casos. Entre el #BlackLivesMatter y #ICantBreath,[15] el movimiento ha ganado espacio y visibilidad.
#SayTheirNames #NoJusticeNoPeace #HandsUpDontShoot #WeMatter
El streaming y la viralización de etiquetas o hashtags, además de crear un registro visual inmediato y sin edición de los eventos, permiten contar la(s) historia(s) desde la perspectiva de las resistencias, que rompe el monopolio de la “voz autorizada”.
Destaco finalmente algunos de los elementos que, de forma contramaquínica, se oponen a los cuerpos de internet como captura y control.
- La polinización que detona el ensamblaje de emociones, posiciones y experiencia articula una red solidaria que tiende a la acción y que va generando sus propias estrategias de contagio de la rebeldía y la desobediencia.
- La “temporalidad de lazos”[16] que activa una experiencia relacional, al compartir con otras y otros una perspectiva. En las zonas de intensificación afectiva, el pasado no está “detrás” del presente, sino que es algo vivo en la memoria colectiva que se actualiza en las diferentes prácticas de resistencia.
- La activación de una sensibilidad tecnosocial (sensorium), que asume la responsabilidad del nombre propio y el cuerpo desde el cual se actúa, en ese sentido, nuestras arrobas son nuestros cuerpos, suelo repetir una y otra vez.
En las zonas de intensificación afectiva, los cuerpos de internet que son dispositivo, práctica, estética, memoria y resistencia, al alterar las coordenadas espacio-temporales cotidianas y acelerar, acentuar la posibilidad de ser-con otros, abren una zona de potencias. Devenir contramáquinas.
Tercera estación: Subjetivación
Desde que Baricco presentó en forma de libro las entregas que publicó en el periódico La Republica del 12 de mayo al 21 de octubre de 2006 y que tituló (con acierto) Los bárbaros. Ensayo sobre la mutación, ríos de tinta han corrido profusamente para (tratar de) explicar las profundas transformaciones que internet y sus cuerpos trajeron a la sociedad contemporánea.
Para ir cerrando este breve ensayo, me gustaría reproducir en extenso una cita del libro de Barrico:
Esos a los que llamamos bárbaros son una nueva especie, que tiene branquias detrás de las orejas y que ha decidido vivir bajo el agua. Es obvio que nosotros, desde fuera, con nuestros pulmoncitos, tenemos la impresión de que se trata de un apocalipsis inminente. Donde esa gente puede respirar, nosotros nos morimos. Y cuando vemos a nuestros hijos anhelando el agua, tenemos miedo por ellos, y ciegamente nos lanzamos contra lo que únicamente somos capaces de ver, esto es, la sombra de una horda bárbara que se aproxima.[17]
Me parece que para entender la emergencia de esas “branquias detrás de las orejas”, hay que preguntarse no tanto por las branquias, sino por los procesos que hicieron posible su aparición. La pregunta, como bien lo muestra Baricco en su libro (por entregas), pasa por interrogar las condiciones, los procesos, las instituciones, los discursos y los artefactos que generan procesos de subjetivación, es decir, lo social en el sujeto, los actores apropiándose de normas, modos, interpretaciones, hablas, imaginarios que en un proceso nunca acabado permiten a las personas definirse y redefinirse frente a situaciones, creencias y acontecimientos.
Las personas no son pasivas frente a las fuerzas sociales, sino que constantemente negocian, reinterpretan y transforman los significados.
La ubicuidad, la velocidad y el inmediatismo que favorecen los cuerpos de internet aceleran la emergencia de “branquias detrás de las orejas”. Aquí cabe preguntarse por lo que le escuché varias veces a un activista del #15M español: hay que atender (entender), la “dieta digital” de las y los participantes en el movimiento. Esta formulación “dieta digital” me pareció muy fecunda para navegar por la triple propuesta analítica de Eliseo Verón: producción, circulación, reconocimiento.[18]
La semiosis, que de manera simplificada refiere a la producción de sentido, nos permite romper tanto con los determinismos sociotecnológicos, como con su idealización, y complejizar el análisis al indagar en un mismo plano analítico las propuestas de sentido, sus formas de circulación y la apropiación o reconocimiento que hacen las personas.
Los poderes intentarán (y lograrán) perfeccionar la captura y control de los cuerpos de internet; los actores sociales resistirán, o no, a los significados y símbolos propuestos por estas maquinarias de guerra. Las y los colectivos, los movimientos sociales encontrarán formas, estéticas, hablas, performances para no solamente resistir, sino cocrear alternativas de futuros diferentes.
Resistir, nos dice Miguel Benasayag, “no es solo oponerse, sino crear, situación por situación, otras relaciones sociales”.[19] Frente a los riesgos de una dieta digital vinculada al frenesí del odio, la superioridad propia frente a la negación de la otredad, lo que emerge en los paisajes y pasajes de resistencia son, quiero pensar, una alternativa de la posible incidencia sobre los procesos de subjetivación, una ética, una estética, un habla, profundamente interesadas en la creación y la imaginación.
Para pensar los cuerpos de internet hay que abrir y traer la pregunta y la práctica, por los procesos de subjetivación fundamentales para develar cómo las personas negocian su posición en el mundo frente a las estructuras de poder. Estos procesos son dinámicos y se configuran en el cruce entre las experiencias individuales, las prácticas colectivas y los contextos sociohistóricos en los que están inmersos.